-De verdad que no lo aguanto. ¿Te puedes creer que llego al despacho y no me dice ni mu? Si es que lo tengo al lado todo el día, le ayudo en lo que puedo, le doy indicaciones… ¡Y el tío ni me saluda! Es que, a menos que necesite algo, ni me mira…
-No le hagas ni caso. No te rebajes más. Si él no te saluda, pues tú, igual. Oye, que te está humillando. Y sin motivos.
-Eso digo yo, que no le he hecho nada. Mira, estoy harta. He intentado hablar con él, saber qué le pasa conmigo… Y no me dice nada…. Bueno, oye, que tengo que colgar, que me pongo ya con la cena de los chicos. A ver si llega pronto Alberto.
Cuelga el teléfono y corre a la cocina. Echa un vistazo rápido a la nevera y elabora, mentalmente, un menú al gusto de todos. Se asoma al comedor, donde sus dos hijos están jugando a la PSP, y pregunta:
-¿Os apetece tortilla de patatas con ensalada para la cena? De postre, el flan que hice ayer.
Los chicos siguen concentrados en la pantalla del televisor. Mueven con tanto vigor los dedos que ella piensa que podrían caérseles ahí mismo o quedar clavados sobre los botones.
-He dicho que si os apetece tortilla de patatas con ensalada para la cena. Bueno, pues si nadie dice nada, yo la preparo, luego no os quejéis.
Vuelve a la cocina. Sigue pensando en Manuel, ese compañero de trabajo que no le habla, no la escucha, solo cuando le interesa. Ese hombre con el que pasa tantas horas del día y que la ignora como a la música de los ascensores: teóricamente agradable, aunque cansina; necesaria, para llenar un vacío, aunque taladradora. Su insistencia no suple una carencia (el silencio entre los ocupantes del cubículo móvil), pone de relieve la incomodidad de una presencia impuesta.
Oye el ruido de las llaves en la puerta. Alberto.
-¡Cariño! ¿Cariño?
Alberto entra en la cocina. Hace un gesto con la cabeza en dirección a ella, aunque no la mira.
-Menudo día. ¡Qué asco! Estoy agotado. Voy a ducharme y luego tengo que hacer unas llamadas.
-Estoy preparando tortilla de patatas, con ensalada. De postre, el flan. Yo también he tenido un día asqueroso. Otra vez con lo de Manuel. He estado hablando con Luisa.
Está de espaldas, echando las patatas a la sartén. Se vuelve para buscar el rostro de Alberto, deseando descubrir en su expresión un mohín de solidaridad con su desagradable situación. Pero se topa de frente con la puerta de la nevera.
«Bueno. Ya hablaremos durante la cena. Me pongo con la ensalada. Será mejor que cambie el chip con lo de Manuel. Luisa tiene razón, no puedo dejar que nadie me ignore así. De eso nada», piensa y sigue cocinando mentiras.