ficciones relativas

Feliz Nadavidad

(Foto: Cadaqués en diciembre. Verónica 2013)

-Yo ya no puedo más de comer, de verdad. En estas fechas, siempre igual, madre mía. Si se sumaran las veces que una dice eso de «Ya no como más en toda mi vida», seguro que podría generarse energía suficiente para el suministro anual del país.

-Bueno, una comida más y ya está.

-No, si yo me lo paso genial. Me siento muy a gusto y me río un montón. Pero es que estoy empachada. Se me ha puesto cara de langostino. Chúpame la cabeza.

(Tocan a la puerta, con insistencia. Se oye el timbre en las demás casas del rellano. Ella abre, algo molesta, porque están saliendo a toda prisa hacia la comida familiar a la que llegan tarde.)

-Señora, estamos pidiendo comida, lo que sea.

Dos hombres jóvenes, cubiertos de mugre, desprovistos de dientes, se plantan ante el umbral. Con sonrisa amplia muestran el contenido de su carro de la compra. Un pozo infinito inundado por la generosidad vecinal pillada por sorpresa

Con una de esa manos, que de tan negra se muestra llena de surcos prematuros, uno de ellos, entrega un mechero a cambio de la comida.

-Vamos dando esto, señora. ¿Qué planta es esta?

-La séptima.

-Luego viene el nueve, ¿no?

-Son once plantas. Os quedan unas cuantas. Mucha suerte.

-Felices fiestas, señora.

La puerta se cierra. Ella mira el mechero mugriento, lo prueba y se enciende. Esa llama ilumina algo más que su vergüenza.

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