churumbelada

La primera vez con una rubia

(Mi cerebro, de G., 5 años. Foto: Verónica 2013, colegio de G.)

-¿Mami, por qué se saca las tetas?

Ella se vuelve de pronto. Deja la ropa que está doblando y se da cuenta de que su hijo de cinco años ha encendido la tele y ha puesto una película de Sharon Stone. Cosas de la televisión por cable y sus matinales de serie B. A las diez de la mañana, la fogosa rubia está enroscada en el bronceado torso desnudo de un vaquero. Efectivamente, perfora el aire con los pezones, y sus dos pequeños hijos han clavado los cuatro ojos en ellos como si de gominolas se tratasen.

-Mira, mami, ahora el señor se las chupa.

«Buena descripción de los hechos», piensa ella. Usa el mando para trasladar a los pequeños hasta Fondo de Bikini  y saborea la ternura del momento. Ya ha empezado. Hace tiempo que empezó. La visión del placer más puro a través del cristalino infantil.

Ese segundo en que brota una novedad y se pasa por alto. Salta una chispa y prende el incendio. ¿Cuántos primeros segundos habrán empezado a contar en ella sin ser atendidos?

En el calendario se dedica un sólo momento oficial al inicio. Y se llena de buenos propósitos, de promesas de comienzo. Termina la festividad y se aparca la exaltación del primer paso.

Sigue doblando la ropa. Sigue, ¿por qué no empieza? Convertir en primera vez tanta cotidianidad… La rubia lujuriosa ha despertado algo más que la curiosidad de los niños. El instinto ha sido básico para empezar a cavar un túnel en la tierra fértil de la madre.

-Mami, ¿por qué Bob Esponja no tiene pito?

Su propia carcajada la arranca de la perforación intelectual. Deja de doblar ropa y empieza, esta vez sí, a morder a sus hijos. Ya habrá tiempo de seguir.

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