(Foto: Verónica 2013)
(Sugerencia musical para lectura: Suite no. 1 para violonchelo, de J.S. Bach, http://goo.gl/Op05U4)
El arco frotado sobre las cuerdas penetraba en su piel como el aceite sobre la dermis húmeda al salir del mar. El dolor, no obstante, era mucho más intenso que el gozo. Lo recorrían las notas como una hilera de diminutas hormigas que iba erizándole el vello, cosquilleos casi imperceptibles que aumentaban el placer con una intensidad directamente proporcional a la imposibilidad de disfrutarlo.
Una gruta, un camino oscuro y allanado por los pasos del más estruendoso olvido: el escrito no leído por nadie resguardado en su escroto. Escroto. Escrutaría mil veces esa palabra hasta que dejara de sonar ridícula, pronunciándola, si pudiera, para liberar toda la tensión ejercida por la excitación.
Una mano, unos dedos doblados sobre el mástil de su esencia menos cerebral bailarían una danza hipnótica el día que dejara de soñar con imposibles. Arriba y abajo, un movimiento pausado aunque firme; arriba y abajo, y la eyaculación dejaría de ser un recuerdo lejano para llover con su espesura sobre el presente.
Se negaba a seguir leyendo el periódico, maldita información. A partir de ese día no quería saber más sobre Japón, donde los discapacitados tienen derecho al placer. Cerró los ojos hasta empezar a ver destellos blancos. Más allá de los sueños, en el piso de Lavapiés que compartía con su madre, seguiría postrado en su cama, sobre el colchón duro, con la mirada fláccida y la imaginación erecta, escuchando una suite para violonchelo.
Muchas gracias a @QueenyKong, @mallorcatalca y @salvitavidal por su inspiración.
Véase link a la noticia sobre White Hands: http://goo.gl/PrDsv