ficciones relativas

Vacío de ternura (#ImproPostDePalabros, primer plato)

Este es el primer plato de unos relatos a la carta inspirados en las palabras de un domingo por la mañana de: @Mortimer_Fu, @Mabeltraduce, @MerryPampelmuse,@Pacurll, @onintze, @NunoGabrivacío de ternura

(Foto: Azotea desmadrada o sin madres. Verónica, Estambul, 2014)

Se me ha ocurrido algo: en las patas de las moscas hay glutamato (que es eso que dice mamá que le ponen los chinos a la sopa de nido de golondrina para que esté pegajosa), y por eso se pegan a todo lo de comer y a lo de no comer.

¿Alguien va a matar a esa mosca? Es que yo estoy muy cansado, que me he pasado el día en la piscina con Leo jugando a Pokémon, y mamá está con Miguelón, que se ha cagado en plan puré de lentejas.

Lo ha cogido por los sobacos como un pollo colgado de dos ganchos y lo ha metido en la bañera. El pañal no tiene glutamato, seguro, porque no se ha pegado toda la caca en la parte blanca (en la tele dicen que sí, pero es una mentira total), que se salía por los lados y por arriba.

Mamá se ha dado una torta en la frente para espantar a la mosca y ha dicho: «Huele a caca, todo huele a caca», y ha lavado bien a Miguelón. Él ya está muy limpio, pero ella no para de repetir: «¡Apesto toda! Es que sigue oliendo mal. ¡Qué olor a mierda!». Y yo le digo «No se dice mierda», y ella me mira como yo miro a la mosca del glutamato.

Entonces me doy cuenta de que mamá tiene una mancha de caca en la frente y también tiene pringue por debajo de la mano, y se lo quiero decir, pero cuando está así de enfadada se queda sorda para mis palabras.

Suena el teléfono, y resulta que es la abuela Liz. Mamá lo coge y grita: «Mum!», que significa «¡Mamá!» en inglés, que es el idioma que se habla donde nació mi padre. Y yo creo que  lo ha dicho así porque ahora no quiere hablar y pone  esa voz de cuando yo digo: «¿Mamá?», y ella me grita: ¿¿¿¡¡¡QuÉÉÉ!!!???? desde la cocina, porque está allí con Miguelón tumbado en su hamaca, y preparando la comida y lavando los platos, y yo estoy viendo la tele en el comedor.

Mum, I have to go now, Miguelón… He just… Oh, I’m sorry, mum… What??? What the Fuck!!! I’m covered in shit, Gosh!!

Y entonces sé que el postre de la cena será helado con fideítos de chocolate, porque mamá siempre me lo pone cuando se le escapan esas palabras que me dice que no diga y que ella suelta porque se equivoca y me pide perdón por haberlas dicho. Solo que esta vez no se equivoca: sí que está cubierta de mierda.

Miss Agradecimientos (véase foto. Mejor con zoom)¡ a esas primeras palabras de un domingo que me regalaron todos ellos

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Tierra de nubarrones sobre sopa fría de buenos días (#ImproPostdePalabros, entrante)

       Este es el entrante de unos relatos a la carta inspirados por otros (ver foto al final del texto).  Gracias de corazón a: @LaSantosAs, @IreneFV_  @mumbojom, @giggler3, @josselem, @Profeta_Baru, @Dalo-ShoW2 (por orden de aparición, sus palabras en negrita)

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(Foto: El mar de mi ventana.  Verónica, Mallorca, 2014)

«Tal vez sea excesivamente sensible, pero la idea de verme súbitamente arrojado a un océano enfurecido, en medio de las tinieblas y el tumulto, me produjo siempre sensación de encogimiento y repulsa.» Joseph Conrad, El espejo del mar

Sugerencia musical para la lectura: «Oitavo Andar», de Clarice Falcão

La resaca barrió en su retroceso con la escena final de aquel sueño irrepetible. Las cinco. La alarma del despertador que no programaba él, le chilló al oído una mañana más.

El gemido quejumbroso del otro, el resoplido como de caballo forzado a tirar del carro. La puerta del baño cerrada de golpe. El agua de la ducha…

—¿En serio tienes que hacer tanto ruido al irte a trabajar? —La misma pregunta de todos sus desvelos.

Y el desayuno en la cocina vacía como única respuesta diaria. Café solo, pero demasiado.

Algún día, Milo se atrevería a tocar la puerta de su vecino (aunque lo que deseaba era tocarle el culo), para pedirle, por favor, que fuera más silencioso por las mañanas, o para invitarlo a cenar. Lo decidiría en su próximo sueño.

Miss Agradecimientos (véase foto. Mejor con zoom) a esas primeras palabras de un domingo que me regalaron todos ellos

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Dime cómo te llamas (de fuego encendido)

marrackech en el sol de tu pelo

(Ocaso en mujer que no conocí. Marrakech, Verónica 2013)

Sugerencia musical para la lectura: The Godfather Waltz

Hace tanto tiempo que ocurrió, que apenas lo recuerdo. Haría falta un buen montón de dinero para poder rescatarlo todo de la memoria, pero no de la mía, sino de la memoria colectiva del pueblo de Ogeuf.

Ogeuf es una población pequeña, y vienen de tan antiguo sus habitantes que nadie se conoce por el verdadero nombre de pila, sino por el mote de sus familias. Son apelativos heredados por los lugareños generación tras generación. Los aceptan resignados, y cuelgan de sus cuellos como pesados carteles que les encorvan el amor propio. Son los malos nombres que los señalan, aunque nada tengan que ver con su auténtica ocupación ni idiosincrasia.

Así, el Magdaleno no se dedica a la fabricación de deliciosos bollos, sino que regenta un locutorio cochambroso (y con «trastienda feliz», como constaba a algunos de sus paisanos) en el pueblo vecino. La Botines, aunque sí tuvo la única zapatería del lugar, que antes fuera de su madre, trabaja ahora de camarera-cocinera-asistenta en el bar local. Solo hay una excepción: el Negro. Es más negro que la pez y llegó a Ogeuf procedente de África hace trece meses.

Lo que ocurrió fue algo rápido, sencillo: un estallido. No obstante, resulta fundamental conocer la cronología de los hechos para poder determinar el origen  de tanta desolación. Todos señalaban la fiesta del pueblo vecino, Asarb, como la causa principal. Pero los asarbenses se negaban a aceptar que el jubileo por el nacimiento de su patrón, San Nobrac, pudiera verse mancillado por tal denuncia.

El consistorio de Ogeuf  había prendido como si fuera la casa de paja del cerdito más holgazán. Las llamas devoraron con avidez sus muebles de al menos doscientos años de antigüedad, pero, sobre todo, los fardos de papeles, entre los que se hallaban las partidas de nacimiento de cuantos habían poblado Ogeuf desde 1800. La onomástica ogeufense ascendió a los cielos en negros y delgados veleros de ceniza en el día de San Nobrac. Los verdaderos nombres de aquellas gentes fueron a confundirse con las nubes para llover un día, quién sabe dónde, en forma de corrosiva maldición.

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