(G. 6 años: «Aún no le he puesto título». Foto: Verónica, en el nido isleño, 2015)
A los que pintabais saliéndoos de la raya, a los que coloreabais el mar de morado y el cielo de verde. A los niños que no habéis llegado a saber qué es un rotulador, y a los niños que ya no sois, pero que jamás dejaréis de ser, bien porque no habéis crecido en esencia, bien porque os han matado. A los dibujantes de ideas, a los que leéis las mentes de quienes no obramos la magia de parir imágenes con las manos.
Porque mueren a diario almas dibujadas, asesinadas, mutiladas, aniquiladas. Desaparecen en silencio sin saltar a primera plana. Hoy, ayer, mañana. Siento a sus madres, imagino sus miradas de asombro ante la primera línea plasmada por sus hijos sobre la arena y el salitre de sus lágrimas al recordarlas cuando alguien les arranca esas entrañas.
A los que pensáis el mundo de otra manera y no lo hacéis desde un rincón apartado, a los que construís vuestra existencia en pleno terremoto y estremecéis los cimientos de lo ya erigido para que nos desviemos de las líneas de puntos ya marcados, para que cambiemos el color del cielo y del agua.
Y a los niños que no fuisteis y a los niños que intentáis ser en Siria, en Gaza, en los suburbios de París, en el Rabal de Barcelona. A los que pintáis ese otro mundo que todos deseamos, a los hombres que los engendrasteis, a las mujeres que los paristeis y los veréis agonizar. Hoy, ayer, mañana, al niño que dibuja desde dentro de cada uno de nosotros, saliéndose de madre, apartándose del camino.
Somos un mismo dibujo, millones de puntos que se unirán algún día. Porque todos componemos la solución y también participamos del problema, porque todos albergamos colores de libertad en la materia que nos conforma, no nos conformemos. A todos: despertemos ya y tracemos la silueta de la paz auténtica con pulso firme.