(Foto, Victoria preparándose para decir: «No se levantan fortificaciones ni hay signos de violencia, pero existe un arte floreciente […] no hay dominio sobre los hombres sino igualdad entre los sexos»)
Se ha muerto mi amiga Victoria. Ha sido la primera. La primera amiga que se muere en mi vida. Escribo para llenar un abismo. El agujero que se abrió hace dos días, cuando murió. He intentado llenarlo con comida, con alcohol, con caladas fugaces de un tabaco que hace ya casi un año que no fumo. Pero no ha funcionado. Camino por estas líneas, un tanto desorientada, pero siento cómo va tejiéndose una pieza, un manto que va abrigando ese vacío.
Victoria era, ante todo, mujer. No es una perogrullada. Ella ejercía de pleno derecho. Su cuerpo rotundo de busto orgulloso avanzaba como una oleada brutal y arrasaba con cualquier injusticia que se interpusiera en su trayectoria. Victoria fue madre y parió a otra mujer, Marta, una mujer menuda por fuera y gigantesca por dentro. Y estaba siendo abuela. Reparando heridas abiertas, reencontrando maternidades perdidas y caminando por una senda nueva junto a Isaac y Joel, sus dos nietos.
Victoria fue amante. Y su gran amor durante más de medio siglo, Alberto, y sus amores, todos cuantos defendían causas impensables y buscaban el cobijo de un espíritu generoso, a lo largo de toda su vida, acompañaron su carrera en el interior de este mundo que al final se le ha quedado corto. Demasiado limitado.
Victoria es semilla de muchas decisiones cruciales en muchas vidas. Plantó la raíz de la primera asociación de crianza en nuestro pueblo (mamimamo), apoyó la lactancia libre para todas las madres, puso su huella en la lucha contra el robo de las grandes entidades desde la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, se resistía a la sumisión como gata panza arriba, hace apenas unas semanas sonreía orgullosa desde la lista de candidatos municipales de Podemos… Su fe en la bondad humana era tan infinita que no me cabe en este espacio. Rabiaba contra la resignación y su vehemencia despertó a más de un alma dormida ante tanto sinsentido. La mía entre ellas.
Victoria descubrió hace tiempo que para volver a empezar hay que salir y entrar. Ahora ha salido y lo ha hecho para entrar hasta el fondo. Se ha ido a dar la vuelta al mundo. Pero por dentro. Por la piel vuelta de este globo magullado. Porque el planeta la ha llamado para que regrese a sus tripas, a la tierra. El suelo necesita del mejor abono para los proyectos de futuro con los que hemos de reparar este mundo que se duele de tanta locura.
Los amigos se van, ahora lo sé. Te ha tocado a ti enseñármelo, Victoria. Pero siempre queda la próxima caña. Esa copa compartida que volveremos a llenar de risas y recuerdos. También caerá alguna lágrima. Será la sal de la vida, una sal que ya no escuece en el hueco que no se cerraba hasta hace unas palabras. No es herida, es el surco que horadó tu vida en la mía para plantar nuevas esperanzas.
Feliz vuelta al mundo, amiga. Nos debemos la siguiente.