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Café para todos

café con vosotros

Foto: Café contigo. Verónica, 2016.

Música: I hate you but I love you, Russian Red

(«Te odio pero te amo», porque odié tu amargura, pero me enamora su significado)

 

Ayer me contó G. que su padre le había dejado probar el café. Me dijo que le había parecido amargo y malo. Es exactamente lo primero que pensé yo al probarlo por primera vez, ya no recuerdo a qué edad, pero seguramente, mucho más tarde que él, que ahora tiene siete años, porque en mi casa se tomaba té. Veníamos de otras costumbres. Pero esa es otra historia.

Sin embargo, el café llegó mucho antes a mi imaginación que a mi paladar. Desde muy pequeña, el aroma de la cafetera, siempre procedente de la casa de la vecina, me anunciaba o bien que ya quedaba poco para salir al cole por la mañana o bien que no tardaría en entrar por la puerta de al lado a jugar con mis amigas, mientras nuestras madres desaparecían entre una bruma de olor intenso y acre. Ese perfume marrón casi negro era la señal de un momento en que los mayores no estaban pendientes de nuestros movimientos, incluso nos lo anunciaban de forma explícita: «Va, id a jugar, que vamos a tomar el café». La cafetera no tenía fondo, creía yo, siempre había líquido amargo para cualquiera que pasara por la casa. Qué poco sabía entonces que los adultos aprovechaban esos momentos para compartir unas amarguras mucho menos fluidas y cálidas que las de sus tazas, aunque quizá igual de intensas.

 

También mis cafés adultos, solos y sin azúcar, están muy acompañados y traen dulzuras inusitadas a esos momentos. «¿Tomamos un café?» se traduce de mil formas: ¿Quieres frenar un poco sentada a mi lado?; ¿Te apetece hablar y compartir conmigo ese peso que te carga la mirada?; ¿Intentamos descifrar el significado de esto que está alejándonos poco a poco, sorbo a sorbo, sentados a la misma mesa?; ¿Dejamos de trabajar unos minutos para reírnos del estrés que nos está aislando?; ¿Nos detenemos a mirar cómo asciende el humo de las tazas en silencio?; ¿Vienes conmigo a sentarte porque tengo ganas de acompañarte justo ahora y no después?; ¿Nos reunimos unos segundos para intentar arreglar el mundo?; ¿Planificamos juntas ese proyecto que cambiará nuestras vidas para siempre?;¿Empezamos a conocernos y nos observamos con los ojos de un posible futuro compartido?

 

Ese café, tan amargo y malo para G., contiene en una sola taza litros de palabras bebidas de un trago o lentamente, hasta que se enfrían, que sanan, que cuidan, que remueven hasta el fondo, aunque el poso no contenga exactamente azúcar.

 

Nosotros y el café. Nosotros y cada momento. Por todos esos cafés de múltiples significados, a todos con quienes los he compartido y con quienes los compartiré, gracias.

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la cuarta pared

Achicorias o de cómo derribar para construir

azul achicoria

(foto: el Azul. Àtic 22, Achicorias. Verónica)

Cuando tú te hayas ido, 
con mi dolor a solas, 
evocaré este idilio
y aquellas azules horas,
cuando tú te hayas ido
me envolverán las sombras.

Alberto Cortez

Música: Nadie me ama 

El azul nos recibe y no estamos frente al mar. El ruido sordo de un oleaje invisible llega entre las notas de un bolero. Un foco convierte en protagonista a una silla, a la espera de que llegue su ocupante, mientras la música va tomando una posición cada vez más prominente. Ese color que evoca tranquilidad e infinitud deja paso al blanco, y es el momento en que el océano se torna vestíbulo de hotel. De hotel azul, aunque ya en el recuerdo de los ojos.

Acabamos de entrar en un mundo poblado por seres en apariencia cotidianos, tanto como el dolor que describen, como las gotas de felicidad que los salpica, siempre con una sencillez engañosa que, en las palabras paridas por Carlos Be, Gemma y Paco convierten en himno de la autenticidad.

Ya no somos más público, ya no más; situados ante un despliegue tan rotundo de honestidad, metamorfoseamos en personas que pasaban por allí, en vecinos que miraban de soslayo, en testigos morbosos, en observadores de los que podrían declarar al ser apuntados con el micrófono del reportero: «Era muy buen hombre. Parecía un buen padre. Nadie se lo esperaba» o «Es una lástima, pobre chica», e incluso «Qué desgracia. Es increíble que exista gente así».

Cuando nos encontramos ante escenas que nos desgarran en cada movimiento, cuando cada ingrediente de lo sucedido va retorciéndonos las tripas hasta formar un nudo ciego en nuestra mirada, los ojos nos empujan a la actuación, las manos se niegan a aplaudir, los labios se niegan a esbozar una sonrisa. Queremos levantarnos y rescatar, golpear, defender, proteger. Vomitar. Pero callamos. Siempre. Demasiado.

Carlos Be, Helena Loveshock, Gemma y Paco han conseguido arrancarnos el parapeto de público tras el que nos protegíamos, y dejarnos desnudos en la cuneta de una obra que no levanta muros, sino que derriba la cuarta pared.

Las Achicorias son silvestres, son amargas, son purgantes, son sustitutas de la acritud auténtica y más negra del café. Pero son perennes y favorecen la digestión. Una dosis de Achicorias, una sesión junto a Gemma y Paco, de la mano de Helena y desde el universo de Carlos Be, contribuye a mejorar el tracto vivencial de llantos ajenos, que se convierten en salitre propio de quien los observa.

 

Achicorias es una obra escrita por Carlos Be, dirigida por Helena Loveshock Tornero y vivida por Gemma Charines Pedrero y Paco Aldeguer para su público.

Podréis verla en Barcelona, en el espacio Àtic 22, hasta el 28 de febrero.

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