Foto: Sombras griegas. Verónica, Grecia, verano 2016
Banda sonora sugerida: Mother’s Journey, de Yann Tiersen
Una vez más su cuerpo funcionaba con la facilidad de movimiento de un autómata programado. Encendió el cigarrillo sin pensarlo, metió la llave en el contacto sin verlo y pisó el acelerador sin sentirlo. Siendo pequeño le asombraban estas cosas. Que el cuerpo actuara a su aire, y lo hiciera aparentemente de forma razonable, mientras la razón se encontraba en otros lugares muy alejados de esas acciones cotidianas. Pero ahora, a los cincuenta años, ya no tenía ocasión de asombrarse con esas divagaciones infantiles.
A través de la escarcha invernal que libraba su pugna matutina contra las escobillas del limpiaparabrisas, vio una luz. Un solo faro. «Una moto», pensó, y no le dio mayor importancia. A esas horas de la mañana, cuando el sol no era lo bastante intenso para fundir los hielos nocturnos, no era raro toparse con faros solitarios. Por la carretera angosta de doble sentido, llena de curvas que él conocía al dedillo, el único faro no viró como era de esperar. La «moto» invadió el carril contrario.
Su reacción instintiva fue dar un volantazo. Sin embargo, a pesar de que su cuerpo reaccionó como ordenaba su instinto, el azar intervino de pronto. El cigarrillo que acababa de encender desapareció del plano visual en cuanto llevó ambas manos al volante. El cilindro incandescente cayó como un obús en picado sobre la piel del muslo. Y el instinto entró nuevamente en escena.
Bajó la vista hacia el punto de dolor, la apartó de la carretera, retiró una mano para sofocar la brasa. Fueron apenas milésimas de segundo, pero bastaron para trastocar ese tango estudiado entre las reacciones mecánicas y las acciones meditadas. El fortísimo impacto del airbag en su rostro, la lluvia de cristales en el pelo, el pitido incesante y perforador del sistema de detección de accidentes, y el óxido en la boca. El sabor conocido y evocador de sí mismo.
¿CONTINUARÁ…? Depende de vosotros. Estaré esperando entre los días, con las palabras que ya me queman en las puntas de los dedos.