churumbelada

Eres más tú

corazon-rayado

Foto: corazón rayado. Vosotros dos.

San Valentín me importa menos que nada. Sin embargo, soy una romántica, me encantan los gestos de cariño, los pequeños y los cursis, los cómicos y los trascendentales. Me pirran el color lila, el rosa, el azul y muchos otros relacionados con las ocasiones emotivas. Lloro con una variedad infinita de anuncios (desde uno de seguros de salud a otro de compañías telefónicas. Y con uno de flanes: esa gallina ignorante del futuro de su huevo…), esté o no esté ovulando (que suele ser mi excusa perfecta para disfrazar mi emotividad extrema). Pero sigue sin gustarme San Valentín.

No obstante no escribo hoy en contra de tan empalagosa celebración, ni sobre las festividades impuestas, ni del consumismo exacerbado que encuentra su justificación en cualquier nimiedad y, si no, la genera de la nada. No. Hoy escribo como adulta asombrada, como mujer de casi cuarenta y dos años que se mira por dentro y exclama (también por dentro): «¡Hala, si eres madre!». Vale, mis hijos tienen ya unos años, casi nueve y casi siete, pero, que me aspen si no tengo, más o menos, cada dos o tres meses, esa sensación alucinante de haber conseguido (a veces no sé cómo) que mis hijos sigan aquí, no haberlos roto ni desparejado (como los calcetines), y, además, lograr que estén actuando como personas independientes y bastante flipantes (sí, lo pienso con este vocabulario tan adolescente de principios de los noventa).

Uno de esos comportamientos de flipar en colores (dejadme que vuelva a los ochenta) son las emociones que van aflorando en los niños, no relacionadas directamente con nada que te incumba a ti. Ellos toman sus propias decisiones y tú no logras ver de dónde han podido salir. Incluso puede que hagas el ejercicio de retroceder en tu propia trayectoria y buscar algo similar en tu infancia. Pero no encuentras nada. Tu hijo es un ser distinto a ti, no es una extensión, no es una proyección. Es él, él solo y nadie más. Lo sé, lo sé, estas son afirmaciones de perogrullo. Quizá escandalicen a alguien que tenga diametralmente claro que los hijos no son tu riñón ni tus ojos (aunque algunos aseguren que cuestan lo primero y te sacarán los segundos), no obstante, sé que no estoy sola en este asombro producido por la maternidad/paternidad.

Al grano. Uno de mis hijos (y quiero recalcar este tono de anonimato para cuando ambos lean esto. Así verán que no los delato) ha hecho hoy un regalo de San Valentín. Sí, al menos se parece en mí en eso: el retraso en los plazos de entrega. Tres días después de la fecha señalada ha decidido redactar una nota donde se disculpa graciosamente por el aplazamiento («yaséquevatardeperolaintenciónesloque CUENTA», ¿Mami, «cuenta» todo seguido?) y regalar… ¡UN LIBRO! Oeeeeee, oeeeee, oeeee, oeeeee, OEEEEE, OEEEEE. Mi hijo, libremente, ha rebuscado en la biblioteca de casa en busca de un título que «a ella le guste. Pero que le guste de verdad, mamá».* Y también ha añadido un collar, aunque «igual me estoy pasando con lo del collar, ¿no?».

En el mismo instante, mi otro hijo, ha sentido el impulso irrefrenable de copiar «el cuadro más bonito de la casa» (en efecto, un grabado realizado por el artista más especial para esta pequeña familia) y, mientras su hermano escribía su valentina con la precisión de un TEDAX** («¿tiro del boli rojo o del azul?»), él escogía los trazos con la misma actitud concienzuda para obtener un resultado solo para sí mismo, no para regalar a nadie . Ambos recostados sobre el papel, casi fundidos con sus respectivas hojas, tan reconcentrados en su actividad que el mismísimo Rubius (sí, he dicho «Rubius»***) se podría haber presentado allí en ese momento y no lo habrían visto.

Y yo lo observo perpleja. Asombrada. Veo cómo son ellos y nadie más, y me conmueve. Deseo con todas mis fuerzas seguir mirándolos, pero también creo que debo retirarme y dejarlos a solas. Desvío la mirada con cierto rubor y, sin esperarlo, me veo reflejada en el espejo que hay al final del pasillo. Entonces lo descubro: soy yo. Y también eres tú, mamá, es mi mirada y la tuya, abueli; seguro que hay algo de ti, bisabuela y, entre parpadeo y parpadeo, están ellos también, todos los hombres de mi familia. Porque soy más yo que nunca y mis hijos son más ellos mismos, pero es por el paradójico motivo de que todos los que me enseñaron a amar como madre están en mí y en ellos dos, y eso nos hace únicos.

Soy una principiante, no lo olvido, de ahí tanta perplejidad. ¿Y quién no lo es en esto de los hijos? Somos novatos a diario, porque esto cambia y se mueve mucho. Y, por lo visto, en esta familia nos gusta la marcha…

 

Ya lo he advertido: soy una romántica. Por eso, al final me ha salido una declaración de amor.

Gracias. Muchas gracias.

 

 

 

*El escogido ha sido uno muy especial. Endraprallibres, la asombrosa historia de una niña que devora libros (en sentido literal), animada por su asombroso abuelo. Escrito por Lluís Farré y editado por Vaixell de Vapor.

**Técnico Especializado en Dar Amor Explosivo 😉

*** Conocido Youtuber. Sí, he dicho Youtuber.

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