churumbelada

Piel de gallina por un pato

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Imagen: ilustración de Wolf Erlbruch

En algún momento imaginé qué sentiría la primera vez que alguno de mis hijos leyera algo traducido por mí. Incluso escrito por mí, pero jamás imaginé que otra primera vez, que no se me había pasado por la cabeza, pudiera ser tan intensamente asombrosa.

Ayer G., de 9 años, me recomendó un libro. El pato y la Muerte. Fue tan honesto, tan sincero, me lo recomendó con tanto interés que una escalofrío electrizante me recorrió desde la punta del pelo hasta la punta del asombro, que puso en marcha mis pies hacia el libro en cuestión.

Cuando yo recomiendo un libro que acabo de leer a alguien quiere decir que he pensado en esa persona en algún punto del viaje lector. Ese periplo intenso que uno hace tan inmerso en la ruta que no piensa en nada ni nadie. A menos que se produzca el instante mágico en que uno es capaz de bajar de la nave y tomar nota mental de todas los seres a los que invitar también a esa travesía.

Por eso ha sido tan especial que G. me haya dicho: «Mamá, hoy no te vayas del cole sin que te enseñe el libro que te he recomendado». Era un momento de ilusión en el que, a diferencia de todos los demás, no le ha importado que sus compañeros lo vieran en mi compañía. Cuando me ha visto hojearlo, leerlo, fotografiarlo, sí se ha sonrojado, pero lejos de soltarme el ya clásico «Mamá, aquí no», me ha preguntado, asombrado: «¿Te lo estás leyendo?».

En cuanto a la temática del libro y el porqué de su interés en él, debo deciros, que son cuestiones pendientes. Aunque confieso, y tal vez descubráis con ello que soy una madre «diferente», que no me importa tanto la temática del libro, la Muerte, sino su pasión por el encuentro con un tema que le interese. El otro día me dijo:

—Mamá, es que cuando a ti te gusta algo, te gusta mucho. Siempre estás en plan “Es que es súper guay”… Bueno, con otras palabras, pero así.

—Sí… Sí, es verdad.

—A mí me gusta que seas así.

—A mí también me gusta.

 

Preguntarle por qué, indagar en mis dudas reflejándolas en él, es algo que, instintivamente, no me llama. Me gusta más preguntarme a mí misma por qué me interesa: ¿quiero saber por qué le interesa un libro sobre la muerte o me preocuparía, si lo hiciera, el no haber atendido alguna hipotética angustia, el haber fallado como madre? ¿Quiero saber por qué le gusto yo o yo misma me cuestiono mi forma de ser?

Me encanta mi hijo.

Me encantan mis hijos.

C., de 7 años, escuchó a su hermano recomendarme el libro.

Entonces intervino:

—Mami, yo he leído El petit tigre.

—Qué bien.

—Es muy largo. Tiene cuarenta y dos páginas. Yo me he leído dos. ¿Te lo puedes leer?

—Claro, mi amor. Me encantará.

 

Despierto con cada instante junto a G. y C. al sueño de ser madre. Y siempre aprendo algo que jamás soñé descubrir.

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Convulsión

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Foto: c’est il nést pas une frontière (Esto no es una frontera). Antiguo puesto de aduanas entre Cerbère y Portbou (espacio de exposición fotográfica #Fotolimo, Pasajes y Fronteras). Verónica Canales Medina, 2017.

Música de lectura sugerida (enlace al vídeo): Give peace a chance. John Lennon

 

Tomar partido. Decidir. Definir. Etiquetar. Cerrar. Echar. Bloquear. Tomar partido. Tomar… Tomar conciencia. ¿Cómo? ¿Por? Pausa. Silencio. Silencio. Ahora… Ahora sí.

La cantidad de información desborda, me desborda. Vídeos, fotos, audios, decálogos de actuación, normas, advertencias, directrices, mandatos. El espacio está tan lleno que satura. La masa avanza con el peso de las emociones y la sensación de arrastre, sin poder analizar la fuerza que lo genera, provoca en mí desorientación. Pero hace tiempo que aprendo a vivir cada momento como un viaje necesario, un tránsito hacia un destino siempre más luminoso.

Sin abstracciones. Soy madre, responsable de dos vidas que empiezan y preguntan. Aunque, en realidad, la que más se pregunta soy yo y, de pronto, me quedo sin respuestas. No quiero que esas contestaciones vengan generadas de un lugar de desprecio. Quiero decidir siempre desde lo constructivo, no dar pasos escapando de nada, no seguir caminos movida por el rechazo. Sino avanzar potenciada por la fuerza de la esperanza. Porque todo cambia, todo evoluciona. Y los cimientos se estremecen por algo.

Hace cuarenta y dos años llegué a este planeta desde quién sabe dónde. Acogida. Hace cuarenta llegué a España desde Chile. Refugiada. Hace veinte llegué a Cataluña desde Mallorca. Adoptada. Y aquí sigo, viva, amada: es una suerte, es un regalo. Y no pienso desperdiciarlo. Dijo el gran Charles Chaplin algo parecido a «¿Y si dejamos de ser víctimas para convertirnos en protagonistas?» Dejemos de culpar a los demás de nuestro malestar, tomemos las riendas de nuestro camino. Y eso es complejo, por supuesto. Porque el camino de cada uno no siempre converge en el mismo punto. Pero, qué curioso, todos esos caminos llevan al mismo lugar. Todos nosotros acabaremos en el mismo destino.

Estamos en la misma senda. Un camino sin muchas piedras, apenas unos socavones. Quizá baches; qué bueno estar escribiendo con el estómago lleno y después de darme una ducha de agua caliente para relajarme. Qué bueno haber llorado de impotencia mientras usaba un teléfono móvil que he desconectado para silenciarme. Qué bueno haber cenado ayer con unos amigos con los que opinamos libremente sobre nuestras convulsiones personales, todas muy diversas. Qué bueno haber acudido a esa cena después de un fin de semana de movimientos telúricos. Y antes, qué bueno haber podido acudir a las urgencias hospitalarias con mi hijo el día 1 de octubre de 2017 porque tenía dolor de oído y haber salido de allí, tres horas después, sin tener la obligación de abonar el importe de una consulta médica que es un lujo prohibitivo en otros rincones del mundo. Y qué bueno, de camino al hospital, haber sido capaz de conmoverme con la visión de unas masas humanas reunidas generando emociones, aunque esas emociones no sean siempre las mías. Y qué bueno tener la oportunidad de discrepar, no entender, llorar y espeluznarme viendo el baile de banderas, heridas supurantes e impotencia en los rostros. Yo he sido cada una de esas expresiones en algún punto del recorrido. Seguro que enarbolé en algún momento una bandera, aunque no estuviera hecha de tela.

En este tramo del viaje solo tengo una certeza: el material del que estamos hechos todos es el mismo. Es un material, sin duda, maleable, y cada uno le da la forma que decide. Y, ese, en definitiva es el arte de vivir. Ir moldeando, a cada paso, la estructura de nuestro devenir. Juntos, cada uno por su cuenta, en grupo, envueltos en banderas o a pelo. Pero siempre aprendiendo. Y hablo de mí. Aprendo, aprendo de cada uno de los seres que encuentro. Y los que encuentro, por repelentes que puedan parecerme, son los que vienen a enseñarme. ¿Qué lecciones? Si lo supiera, es de perogrullo, pero no estarían pendientes de aprendizaje.

Seguiré pues, aprendiendo de todos vosotros. Y qué bueno.

Paz y amor para TODOS.

 

 

 

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