Foto: Tu mágica sombra.
música: Tajabone, de Ismael Lô
Diez años me parecían una eternidad a los diez años. Con diez años creí que ya era mayor para saber mucho más de lo que sé ahora. El día que cumplí diez años me vestí con una falda azul de volantes y una camiseta blanca de lunares negros, y unos zapatos de charol que me apretaban, pero me gustaban muchísimo. Han pasado treinta y tres años desde aquel día y diez desde el día en que te conocí.
Cuando tú llegaste también me apretaba lo que llevaba puesto, me apretaba todo. Quería estar como el día que yo nací para cuando tú nacieras. Quería sentirte fuera de mi cuerpo y sobre mi piel. Y cuando ya te tuve en brazos, contaba los días para que hiciera más calor y así poder sentir tu vientre sobre mi vientre, tus labios cerrándose sobre mi pecho.
A veces discutimos porque no quieres comer tomate en la ensalada, y entonces evoco con tanta claridad el día en que me diste de comer por vez primera que no puedo más que esbozar una sonrisa de ternura. A los seis meses intentaste meterme un pedazo de manzana impregnada con tus babas en la boca. Quisiste alimentarte como yo te alimentaba a ti. Lo que sentí al notar el tacto húmedo de ese pedazo de amor no puede encerrarse en una descripción. Lo llevo en la memoria de mis células.
No tengo tatuajes como los que a ti te gustan, de los que lleva el cantante de 21 pilots, pero te aseguro que cada paso que has dado está tatuado en mi cuerpo con una tinta de las que no se fabrican en esta tierra. Es un líquido indeleble que has producido tú; una potente mezcla de sangre, leche, lágrimas, risas y asombros.
Del bebé al que contemplaba embelesada durante la elasticidad que tiene el tiempo cuando una es madre primeriza en este mundo privilegiado; del hermano mayor demasiado pequeño para no odiar al segundo cuando aparece de pronto y se adueña de la otra teta de mamá; del niño de tres años que empieza el colegio en el preciso instante en que sus padres deciden seguir caminos separados; del niño que ya no es bebé, pero que no es lo suficiente mayor para entender que su madre decida tener un novio; del rebelde que se pinta toda la cara con un rotulador verde porque quiere disfrazarse de zombi pero con sus propias normas de maquillaje; del pequeño romántico que se confiesa enamorado aunque pregunta qué es el amor y cómo se distingue de lo que siente por un amigo… De todos estos túes, de todos esos yoes viéndote crecer, se compone la persona con una década de vida a sus espaldas y muchas décadas en la promesa de una existencia incierta para todos, pero tan incuestionable para ti.
Deseo que sepas lo maravilloso que eres. Te deseo vida. Te deseo emoción. Te deseo libertad y ganas de disfrutarla. Te deseo felicidad, amor, nostalgia, desamor, llanto y risa. Te deseo una familia de amigos por todo el mundo. Deseo que te alejes cuanto quieras sabiendo que siempre podrás volver. Siempre.
Te amo, hijo. Feliz cumpleaños.