
BentaBé
«No puedes cambiar todo en una noche, pero una noche puede cambiar todo.» John Updike
La Navidad no me gusta desde que supe que las manos engrasadas de negro de Papá Noel eran las de mi padre, mecánico de coches. Ambos padres se esfumaron al mismo tiempo. La Navidad escuece. Mis hijos la refrescan con su inocencia. Su ilusión me sostenía esos días y su ausencia ha despertado un anhelo que no imaginaba. La necesidad de tribu.
Un 31 de diciembre nació mi madre. Esa misma noche, pero de hace ya 19 años, mi abuela, cuyas cartas recibía semanalmente, decidió que con noventa años ya estaba bien de tanto vivir. El 31 de diciembre es la noche en que rememoro, recupero y reinicio. Este año me he retirado para escribir, no he visitado el hogar familiar ni he estado con mis hijos; necesitaba una tribu auténtica que acompañara esas ausencias.
Y la vida me ha regalado la mejor de las compañías. La Noche Vieja de 2018, las primeras horas de 2019, persistirán en mi memoria como la velada más «goigdivín» de mi existencia. Fuimos invitados a Chez BentaBé y todavía tengo dolor de risa por detrás de las orejas y la mandíbula.
Mi querido y asombroso actor Joan Bentallé, el genial y contestatario dramaturgo Carlos Be, José Luis Miranda, actor y rey del RancioFact (reina indiscutible de Ortega y Pacheco’s Appreciaton Society); Mayte Caballero, actriz de facciones afiladas, ojos de constelación y manos que hablan; Monste Pin, productora ejecutiva de arte, risas y voz profunda; Elena Blanco, simpatía de mirada constante; Ferrán, estupendo observador de palabra justa y acertada; los pequeños Pol y Biel, resistentes, sonrientes, inocentes, presencia transmutada de mis propios hijos; Juanjo, el músico y compositor silencioso, casi en la sombra, pero tan luminoso; Félix, de gesto contenido y sonrisa prolija; mi amado y transparente Luis Salinas, cámara en ristre y una servidora, escritora ávida de capítulos vitales como éste. Todos compusimos en Chez BentaBé un retablo alocado donde no faltó de nada.
Primero llegaron los regalos. No hay fiesta que se precie en Chez BentaBé que no dé comienzo con una entrega de presentes para los invitados. Todos objetos queridos por Joan que pasan directamente de su memoria emocional a las manos de sus amigos. Mi regalo es una maravillosa reliquia de las interpretaciones de Mr. Bentallé: una muñequita rubia, desnuda y de trasero en pompa que otrora formara parte de una diadema que lució el actor en varios momentos estelares de su carrera. Un tesoro. Otros presentes presentes en la mesa: condones (sin estrenar), caramelos, libros, moñequetes de la colección privada de Joan… Un despliegue de memorabilia de valor incalculable. Porque regalar tus recuerdos no tiene precio (Visa Martercard, págame royalties)

Foto: Moñeca Estrellita.
Los aperitivos elaborados por los comensales. Muestras comestibles de intencionada viejunez. Todo entre nubes de azúcar salpicadas sobre el mantel. Tortilla encebollada, tabulé con ikebana de Grissini, jamón del bueno (con el riesgo que implica colocarse el primero en el mostrador de la charcutería a primera hora, el día de Noche Vieja. Joan lo relató, estremecido); la quiche guarrein de una servidora, con exceso de nata y defecto de beicon, sal y ausencia total de explosión en boca; los inevitables huevos rellenos («que te como los huevos», no paraba de decir «alguna»… Vale, era yo), deliciosos, cremosos, un must ovolactovegetariano. Todo bien regado con espirituosos varios para maridar un matrimonio abierto entre la risa, la compulsión por compartir felicidad y la incontinencia de ocurrencias y juegos de palabras, que iban subiendo de tono al tiempo que bajaba el contenido de nuestras copas.
El festín.
Ikebana y Rábanos entre nubes de azúcar.
Huevazos
Al despliegue de entrantes siguió la maravillosa hamburguesa casera. No podía ser de otra forma. Hace poco cayó una gran lluvia de vacas en la ciudad. Arrasó con las cosechas, pero los cuadrúpedos olvidados en el campo acabaron esta Noche Vieja en nuestro plato. Suculentas, jugosas, con pan del bueno, del caro, de ese que lleva trocitos negros de algo que parecen cucarachas, pero, como es del bueno, seguro que son pasas. Y nuestros anfitriones, Joan y Carlos, no paraban de servirnos, de agasajarnos, de mimarnos. Aun así, consiguieron estar sentados a la mesa, en un juego malabar increíble de presencia, cocina y atención a los comensales. Aprendan ustedes, ricachones con servicio doméstico.

Foto: Juanjo y las Vacas.
Y llegaron los postres… La tarta de Pezones de Pitufo (término que ya ha entrado en la Enciclopedia de cocina cerda), ese engendro azul, hijo de Pie (léase «pai» y no se piense en juanetes) de limón y el colorante Hacendado, esa masa amorfa y húmeda que, a la postre (ji, ji), no estaba tan mala.

Foto: Tarta de Pezones, Madre Reina del Engendro y Pacheco’s King.
El colofón perfecto para una cena que ya quisiera DiverXo fue el flan casero de José Luis Miranda, él mismo aseguró: «Es el que mejor me ha salido en toda mi historia flanera», con gesto solemne y lágrimas a punto de brotar. La nuestra sí que fue una cena DÍVERCHOU. Cómeme el merengue, Dabiz Muñozzz.

Foto: Miranda, soy tu flan más absoluto.
Como en las mejores Noches Viejas, hubo votación sobre cómo ver la retransmisión de las campanadas. «Radio Nacional», clamaban los más rancios, «La Pedroche», gritábamos las más morbosas… «¿Oye, y eso en que canal es?». «¡El Sálvame, el Sálvame!». Y, claro, también como en las mejores fiestas, casi nos dan las uvas decidiendo cómo comerlas… Salieron los encantadores caramelos de papel de aluminio rellenos de verdes granos. Un clásico imperdible, una oda a los mejores descubrimientos de la aeronáutica espacial. Claro, los más refinados empezaron a despellejar uvas; los más reflexivos seguimos despellejando a la Pedroche. Hubo quien quitó hasta las pepitas. Yo, la pepita, me la dejé puesta. Al final sólo recuerdo mucha risas con sabor a uva, muchos besos y abrazos de auténtica felicidad por compartir el comienzo de un año más con personas igual de auténticas.


Lo mejor de la noche estaba todavía por llegar. La invitación, en el fondo, era un regalo envenenado. La tribu de la farándula exige un elevado precio a cambio de tanto amor. Debíamos preparar un playback para el primer certamen de «Pleivaqueras de Mierda». Los artistas: la familia Blanco, emulando a Queen, con Elena en el papel de una moderna Nina Hagen (Daaz) en sustitución de Freddy Mercury, Pol y Biel a las guitarras y Ferrán al bajo. Todos con pelucas, mallas y nada de vergüenza.

Foto: Helena Hagen-Mercury y Miranda Warning.
Mayte Caballero encarnando a un ya legendario Miguel Bosé como Femme Letal, con José Luis Miranda y Joan de chulazos del coro: puro glamur y proxenetismo de cabaré de bajura al son de Un año de amor.

Captura de pantalla: Mayte Caballero y los chulazos.
Ariana Enana (Joan) y Demi Lovaza (Miranda), con mallas doradas, alitas de Victoria’s Secret del chino y pelazo azul unicornio, nos deleitaron con su Solo, Solo. Para no echar gota.

Foto: Demi Lovaza y Ariana Enana, en el Pleivaqueras de Mierda, First Edition.

Foto: «Hijas de Poo Poo», by Miranda’s.
Fotógrafo y escritora homenajeamos a los reyes del subnopop, Ojete Calor, y su temazo Corre Sarah Connor. Luis sustituyó la cámara por el pánico y se convirtió en Sarah Connor, yo sustituí mis cuadernos por la dureza metálica y me enfundé la acerada piel de Terminator. Una parejilla curiosa.
Captura de pantalla. Secuencia de Supera(c)ción entre fotógrafo y escritora. Corre Sarahn Connor.
Quedaron patentes dos verdades: los actores y actrices son insustituibles y los aficionados somos muy patéticograciosos.
Tanto despiporre acabó con los pequeños descansando plácidamente sobre la cama del dormitorio principal entre pelucas, tutús, bolsos y abrigos, como dos preciosos objetos más, pero infinitamente más enternecedores. Empezó el baile de altura, el copeteo intenso y las conversaciones profundas. Y nos dieron las dos y las tres y las cuatro… La familia fue la primera en marcharse; los niños habían cumplido con creces y resistido como jabatos. Poco a poco nos fuimos despidiendo. Los anfitriones estuvieron atentos a que nadie olvidara nada. Pero todos nos dejamos algo en Chez Bentabé.

Foto: Dancing Queens, Miranda y la fabulosa Mayte Caballero
La Noche Vieja de 2018, las primeras horas de 2019, nos dejamos, en Chez BentaBé, la estela imborrable de lo que supone pasar esas veladas especiales con personas queridas, con tribus escogidas. Nos dejamos muchas risas y risotadas, en Chez BentaBé. Olvidamos las nostalgias y apagamos las preocupaciones, nos dejamos allí lo bueno, pero nos llevamos lo mejor. Ah, y yo me dejé el cargador del móvil.

Foto: La «goigdivín», con Joan Bentallé, Carlos Be, Montse Pin y señora rara.
Actrices, actores, escritoras, productoras, luchadoras, combatientes de la vida, generosos, dadivosas, tapeo viejuno, tartas surrealistas. Personas de verdad… Una Noche Vieja más nueva que ninguna.
Os deseo un año entero lleno de días con alguna gran noche en Chez BentaBé. Os deseo la sinceridad de las grandes noches con gusto a eternidad. Os deseo feliz 2019.
Todas las imágenes han sido cedidas amablemente por Luis Salinas (blanco y negro; él no, sus fotos) y José Luis Miranda (artista del postureo y la edición fotográfica).
Hay una imágenes preciosas de Pol y Biel, los más jóvenes de la fiesta, pero son demasiado inocentes para caer en las enmarañadas redes sociales y que se los quede el señor Internet.
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