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Camino de regreso, el viaje continúa

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(Foto: ¿Van o vienen? Verónica, Islandia 2014)

Las palabras viajan solas, no necesitan comprar billetes de avión, nadie les impone una fecha de ida ni de vuelta. Su único equipaje es su capacidad de verse reflejadas en todo aquello que las rodea, y su única obligación, la de fluir para quedar suspendidas en el aire o grabadas en alguna memoria. Nosotros viajaremos mientras nos dejemos viajar con ellas.

He pisado una mullida alfombra de musgo desenrollada hace cientos de años sobre un suelo de lava volcánica. He dado de cenar a mis dos hijos mientras traducía, colgaba la ropa y cerraba la puerta, amablemente, a un testigo de Jehová. Me he bañado desnuda en un mar helado de agua dulce y salada mientras un sol eterno me retaba a un duelo de miradas sostenidas. Me he quedado muda ante preguntas incontestables que sólo podrían ocurrírsele a un alma inocente de cuatro años. He clavado los cuchillos de mis crampones sobre el hielo negro penetrado por la ceniza milenaria. He llegado a mil fines de mes con la cuenta vacía y el alma sonriente. He iluminado el contorno de las palabras ocultas en el centro de la Tierra. Me he instalado en el corazón de mis hijos y nos hemos concedido la libertad de amarnos y odiarnos a partes iguales. En definitiva: he viajado y sigo viajando a diario. He estado en Islandia, y las palabras que se han colado en mi mochila, evocadoras sin mesura, nos harán estar a todos un poco más allá y mucho más acá.

O eso espero…

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Equilibrios sin red y muchas gracias a todos

 

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(Foto: Miss Cuadernos, Verónica 2014. Esto no es lo que parece; en realidad, es mucho más…)

Red: Aparejo hecho con hilos, cuerdas o alambres convenientemente dispuestos para cazar, cercar o sujetar. Ardid o engaño del que alguien se vale para atraer a otra persona.

 

La Red, atrapados, cercados, sujetados, engañados… Hablamos poco y escribimos mucho, y con pocas letras. Pero las ideas no se agotan, la creatividad fluye con aparente (y sospechosa) libertad. De pronto un «clic», el piar de un pájaro enjaulado en una grabación, y la soledad de la idea rompe su cascarón para anidar en otra mente.

Hace ya doce meses que estoy en esa Red que se abre, pero tiempo atrás, me encontraba cercada por un entramado que iba asfixiándome día a día. Durante años (desde que escribía en el aire con el dedo) me oculté tras una cordillera de diarios que sólo yo remontaba para poblar de personajes, de notas, de imágenes traducidas a palabras, cobijada al amparo del anonimato y la desconfianza en mi creatividad.

Fue pasando la vida, y siempre esperaba que algún cataclismo (un sino ineludible) hundiera la montaña de páginas ocultas y me obligara a compartir mis creaciones, como el superviviente que se sacude el polvo tras una lluvia de cascotes: la muerte repentina de un ser amado; el increíble nacimiento de un primer hijo; la muerte de otro ser amado; el nacimiento de un segundo hijo; el derrumbamiento de un proyecto de familia; un oscuro descubrimiento personal… Todo me inspiraba para seguir escribiendo, pero siempre a la sombra de las rocas del olvido.

Hasta que ocurrió lo fundamental: cometí la infidelidad más dolorosa que pueda existir. Y me enamoré.

Creo en el amor libre, y el ser al que amo ahora con libertad es al que más infiel había sido hasta ese instante en que me sinceré. «He conocido a otra persona», fueron mis palabras exactas. Y esa persona era yo. Y me quería. Y amaba lo que hacía. Y descubrí que aquello que mantenía oculto como una vergonzosa malformación, era lo que me conformaba y me convertía en quien soy. Una escritora. Ya nada ha de obligarme a escribir, porque jamás he dejado ni dejaré de hacerlo. Nada me obliga a compartir lo que creo, porque, sencillamente, creo en ello.

Vivo con la escritura y ella vive en mí. Viviré de la escritura y ella mejorará su nido en mi alma. Porque tendrá más tiempo antes de salir y disfrutar por su cuenta de una existencia propia. Porque será parida con pasión, sin contención ni impaciencia. Y buscará miles de nuevas entrañas a las que enternecer o repeler.

Atrás quedó la red de arrastre. Me adentro desnuda en un enredo de mentes receptivas, dispuestas a romper el cascarón de la creación y dejar volar a sus hijos.

 

Gracias.

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La quinta pared con esquina rota

A Belén, a T. y a L., y a los que pasean pisando con el alma

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(Foto: el paseo de esta mañana. Verónica 2014)

El ladrón de flores arranca los bulbos de raíz mientras observa cómo los avellanos abrazan su espacio. Pisa las hojas secas e imagina, con cada crujido apenas audible, la muerte de todo cuanto lo aprisiona. Ésta es su escena, en ella pasea envuelto por un coro de castaños, hayas y nomeolvides que cantan en un idioma que sólo él recuerda.

Detiene el paso junto a un ser robusto, gigantesco, de piel marcada por el rastro que en él van dejando las estaciones. Su corteza es gruesa e impenetrable; a él no le afectan ni los finales de mes en banca rota, ni los silencios que velan las preguntas sin repuesta, ni las noches en blanco por esas divisiones entre dos que separan hasta el infinito.

Rodea al roble con sus brazos y lo besa. Rompe el abrazo y trunca ese instante impulsivo por la premura de lo que tiene que hacer. Lo que realmente desea se ha quedado enredado en la corteza como la hiedra. Un organismo siempre verde que se aferra a otra vida, que no la deja respirar por su deseo de existencia propia.

Suena el móvil. Debe regresar al mundo en que robar flores es un acto tan ignorado que ni siquiera se considera delito. Aprieta el puño en torno al ramo de iris silvestres, inspira con fuerza el olor a raíz recién parida sin dolor y camina dando grandes zancadas. Ya no oye el crepitar del alfombrado natural, ni levanta la vista para mirar al roble. Se cierra el telón de la primavera a sus espaldas y desciende de su proscenio hasta el foso de la realidad.

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¿no era broma? (feliz matanza de los inocentes o una de zombies)

(Foto: Cadaqués en diciembre II. Verónica 2013)

Había una vez un niño del que todos se mofaban en el colegio. Pero a él no le importaba, porque sus padres eran muy ricos y podían comprárselo todo. No lo querían nada, pero a él le daba lo mismo, porque podía comprárselo todo. Una tía suya le regalaba cada año un sobre lleno de dinero, luego le daba una colleja y le decía: «Pero qué feo eres, aunque tienes gracia». El niño agarraba el sobre entre las manos (retorciendo el papel como el cogote de una gallina) y se marchaba a contar los billetes a un rincón. «Cuando sea mayor tendré más dinero. Siempre más, que me sobre».

Entonces el niño creció, así de un día para otro. Tuvo un accidente de coche y quedó algo desfigurado. «Más feo todavía», diría su tía, no sin consolarlo con una nueva entrega. Fue un momento crucial en su vida; decidió dos cosas: dejarse barba para ocultar las cicatrices y seguir aceptando sobres.

Un día el joven fue al servicio. De forma obligada. Al servicio militar, se entiende. Cuenta la historia que se dedicó a limpiar escaleras. Ese periodo de escoba en ristre supuso una gran práctica en lo de barrer para casa.

Con su barba y su hambre de sobras, de sobres (rectificación), entró en la Alianza. Y se hizo muy Popular. Tanto como otro hombre que pretendía ocultar a base de vello facial su fealdad de alma. Entre bigotes, barbas y Esperanza aguerrida, el niño despreciado, ya hombre con precio, se convirtió en ministro de Educación y Cultura.

Al final, como el país que habitaba había sido invadido por los zombies, fue elegido Presidente. Nadie mejor que un barbudo devorador de sobres y con piel de amianto para gobernar esa nación. «Lo que este país necesita es una dictadura», le dijo su tía el día de la victoria electoral, rematando el comentario con un pescozón. Tras un florido juego de manos, digno del mago Dynamo, puso la guinda lanzándole otro de sus planos paquetes.

Ya tenía muchos sobres, pero no le bastaban, él quería más. Justo en el momento en que planeaba cómo conseguirlos, una masa enardecida de zombies hambrientos irrumpió en su casa y le comió el cerebro. Al día siguiente nadie notó la diferencia. ¿Nadie? Su tía llegó de visita, le plantó un coscorrón en la mollera y dijo: «Anda, si ahora suena más hueco que antes. ¿Te has hecho algo en el pelo?». Mariano agarró el consabido sobre y lo estrujó con delirio. «Mañana más.»

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Fundido en negro

Un día murió un hombre bueno. Todos lloraron su pérdida. Los máximos mandatarios del planeta acudieron a su despedida, incluso uno que no sabía cómo ascender por la escalerilla del avión oficial. Hasta los hubo que volaron en aviones de línea regular, qué sacrificio. El día del homenaje estaban todos juntos en el mismo sitio, todos sus cerebros reunidos en el mismo lugar. ¿Alguna idea? Fundido en negro; mentes en blanco.

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Tú y Ter

 

(Foto: ventana marroquí. Verónica 2013)

 

Estaba sentado frente a la ventana de la sala. Desde allí podía ver todo lo que ocurría en la calle. Se volvió para mirar a su alrededor. Los objetos seguían en el mismo lugar de siempre y nada había cambiado. Volvió a mirar por la ventana. Un canario azul se posó sobre el alféizar y se quedó mirándolo a través del cristal. «Éste se ha escapado de su jaula», pensó. Algún día, él también lo haría.

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el color de su alma

(foto: ¿Mar? Verónica 2013)

«El PP considera la sentencia un aval a su correcta y adecuada gestión» (El País, 15/11/20013)

«Varapalo a la marea de izquierdas que intentó hundir al PP» (La Razón, 15/11/2013)

Todo está dicho. Ya está sentenciado. ¿Justicia? La justicia no es igual para todos, la justicia no es. Los seres muertos flotan en el olvido; los pescadores arruinados penden sobre la nada. ¿Quién los piensa? Algunos comerán percebes en Navidad, otros seguirán sin poder extraerlos. El petrolero fantasma de bandera liberiana fue armado en Estados Unidos y vino a suicidarse a España. ¡Grande, grande, señora Globalización! Los hilillos de plastilina formaron ya un laberinto de mentiras de un solo color. El abismo oleaginoso e inflamable que nos gobierna.

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