Buenas. Vengo de otras vidas y más. Ahora soy un huevo. Un huevo de cosas. Y todo, por una conversación con el pequeño C., de tres años, mi segundo hijo, para más señas. Sentado él en el váter (véase la importancia de este trono, herencia genética de su madre, aquí), le dio por hablar de reencarnación.
-Cuando yo me muera, seré una flor -sentenció.
Yo, madre orgullosa, declaré:
-Qué bonito, mi amor.
-Y cuando tú te mueras, serás un huevo.
Claro, el impacto de saber que tu hijo está dándole vueltas a la idea de tu defunción quedó en segundo plano, propulsado a ese lugar de una patada, al descubrir qué futuro imaginaba para su madre: lo que le sale del culo a una gallina.
-¿Por qué, mi vida?
-Porque serás un huevo y saldrá un pollito que verá la flor y se pondrá muy contento…
¡Ay, divino dadaísmo de la inocencia! Andaba dándole vueltas a la forma de regresar a la blogosfera y he recordado esa conversación con C. El pequeño es un visionario. Ya he pasado a mejor vida, y cuánto mejor, y ahora soy un huevo. No he actualizado ninguno de los blogs/vidas que inicié, pero sí lo he hecho con mi existencia en 3D (¡toma pareado!). Y, entre muchas cosas remozadas, he recuperado toda la energía para llenar y rellenar cuadernos y más cuadernos de notas. Esto podría convertirme en nuevo miembro de la generación Codoco (más específicamente, en la versión femenina de Fernando Espeso), pero he decidido que no pienso permitir que me aborrezcan los huevos (DRAE: desistir de la buena obra comenzada, cuando se la andan escudriñando mucho, como hacen la gallina y otras aves si les manosean en el nido los huevos.) En conclusión: que se re-presenta una usuaria más de la blogosfera. Para esto, no hace falta tener muchos huevos, ni las cosas muy claras, Pero sí saber qué fue antes: el huevo o la gallina. A pensar.