Foto: Tú, tú y mi mirada.
¿Alguna vez imaginó tu madre que le estaría tan agradecida? No lo creo. Y eso es lo maravilloso de la vida, que cuando ocurren las cosas jamás son como las habías imaginado.
Hoy hace una serie de años, algo más de la mitad de una vida de cien, te dio por salir a este mundo desde las entrañas de esa mujer que jamás sabrá de la intensidad de mi gratitud en toda su dimensión. Serías, imagino, pequeño, suave, aunque no peludo como el proverbial burrito literario. Pero sí tozudo, en eso sí que debías parecerte al personaje de Juan Ramón Jiménez. Tozudo, digo, porque te empeñaste en vivir, en resistir, en pasar por todo lo que te tocó desde tan temprana edad, como si se tratara de un viaje. Siempre has estado en camino. En trayecto sin destino concreto. Y es que, como debió decir alguna sabia alma hace ya tiempo: el que no busca encuentra.
Dices y sientes que siempre olvidas esta fecha. Que tal vez pasa como un día más de no ser por las llamadas que recibes, llamadas de alegría, jamás de compromiso. Sin embargo, para mí, este veinte de septiembre jamás volverá a ser un día cualquiera. De por sí mis días, todos ellos, son únicos e irrepetibles, pero es que, desde que se cruzaron nuestras rutas, esas jornadas se han tornado aún más especiales. Me explico.
Hacía ya años que andabas caminando por este planeta, casi tantos como los que has llegado a vivir, pero yo desconocía tu paradero. Andaba yo también viajando hace ya tiempo por estos pagos, aunque no habían querido las jornadas que coincidiéramos. Y un día, un día de hace unos cuantos atrás, esos dos trayectos confluyeron. Verás, conocerte es viajar cada segundo a un nuevo destino. Se equivocan los que crean que ya en ruta contigo no hay ninguna novedad por descubrir.
Por supuesto, es innegable lo reconfortante que es regresar al hogar, que en tu persona sería el llegar a determinadas conclusiones a las que sólo tú puedes llegar. Pero, ¡ay, amigo!, que la sorpresa siempre esté a la vuelta de la esquina al tocar tu puerta, eso, querido, no hay cifra que pueda valorarlo. Sí, sí, sí, eres divertido, generoso, honesto, comprometido… La lista se alarga hasta el horizonte, pero hay algo que me gusta de ti sobre todas las cosas: ERES SORPRENDENTE. Que algunos dirán: «Bueno, a ver, tampoco es tan difícil resultar sorprendente. Haces lo inesperado y ya». Pues no, amiguitos desconocedores de la sorpresa genuina.
Me levanto todas las mañanas agradeciendo al éter común el regalo de seguir entre los vivos y con la ilusión de que la realidad se desarrolle cómo no podría esperar que lo hiciera en un millón de años: y ahí estás tú, haciéndolo posible. Escucha, viajero incansable, tu ser impredecible es sinónimo, para mí, de estar como un queso, no de estar como una cabra (a pesar de que esta última sea artífice del primero). Ser impredecible como el mejor de los libros y permanente como la literatura: emocionante y sólido, fugaz y perdurable. Como la vida misma, mi querido Sancho.
Que una iba por la vida creyendo que ya no había gigantes, solo molinos, y de pronto se encuentra en lo alto de un monte lejano, en un país muy muy lejano, contemplando bien de cerca los orejones móviles del mismísimo Eolo. O escapando de una erupción volcánica que ni Julio Verne hubiera podido imaginar. O, en momentos menos literarios, dirigiéndonos, movidos por tu curiosidad exploradora, hacia una pareja en plena cópula, creyendo que se trataba de una solitaria dama practicando ejercicios yóguicos, similares a la hípica, bajo el sol del ocaso. O sentados, por tu elección, a la mesa de un fornido cretense vestido de negro de cabeza a pies con algunos asuntillos pendientes con otros fornidos bigotudos de gesto torcido. O viéndote departir relajadamente en zamorano con una anciana que no conoce otro idioma que su dialecto de una perdida isla griega.
Amigo compañero de viaje, ya concluyo. Te deseo en este nuevo año de tu vida más sorpresas, más rutas recalculadas, más desvíos, pistas de tierra y ríos crecidos. Te deseo más lugares ignotos, más pérdidas de señal de satélite y reencuentros con tus amados mapas de papel. Más nuevas mujeres, nuevos hombres, nuevos mares y paraísos hallados. Te deseo más soles eternos y lunas llenas, y una lluvia de estrellas que inunde tus ojos de sueños por cumplir. Te deseo días pletóricos y tardes nostálgicas, te deseo felicidad y descubrimiento constante. Te deseo… Te deseo.
Por un infinito y una sucesión constante de conexiones. Gracias a la madre que te parió y a los pasos que has dado para llegar hasta el hoy, que es nuestro siempre. Felicidades hoy y felicidad en todos tus despertares.